Desde las visiones, nada había vuelto a sentirse igual. La tierra bajo mis pies parecía menos firme, el aire más pesado, como si el mundo mismo percibiera la transformación que crecía dentro de mí. El poder lunar no era una bendición. Era una cadena, un latido oscuro que vibraba en mi sangre, pidiendo cada día más espacio dentro de mí. Y yo… yo apenas podía resistirme.
Cuando cerraba los ojos, sentía la energía fluir bajo mi piel como un río desbocado. Ya no necesitaba concentrarme para acceder a la magia; ella venía sola, se filtraba por cada grieta de mi mente, susurrándome que me dejara llevar. Pero lo que me ofrecía no era gratuito. Por cada uso, algo se rompía en mí. Una emoción. Un recuerdo. Una parte de mí misma.