Desperté envuelta en silencio.
Un silencio espeso, más denso que la niebla del bosque. La luz débil del amanecer se filtraba a través de los tablones de madera que componían el techo de lo que parecía ser una cabaña. Cada fibra de mi cuerpo dolía, pero no era un dolor común. Era como si cada célula estuviera vibrando, transformándose todavía, como si mi piel no estuviera del todo en su lugar.
Intenté incorporarme, pero el peso de mi propio cuerpo me lo impidió. Sentía los músculos más firmes, más densos, como si no me pertenecieran del todo. Mi respiración era lenta, profunda… animal.
Y entonces lo escuché.
Corazones.
Latidos.
No el mío, sino muchos más, cerca y lejos. La manada.
El recuerdo de la noche anterior regresó como una tormenta: la luna nueva, el aullido, Kael transformado en esa criatura de sombras, mi cuerpo estallando en fuerza y fuego...
Y luego, oscuridad.
Me incorporé al fin con esfuerzo, y al mirar hacia un rincón de la cabaña, los vi. Cuatro de ellos. Guerreros de la