El eco de sus propios pasos la acompaña por el pasillo hasta su departamento. Giorgia abre la puerta con lentitud, deja las llaves en la mesa de la entrada y se apoya contra la pared por un instante, cerrando los ojos. La cena ha terminado hace apenas una hora, pero en su interior sigue latiendo una incomodidad difícil de explicar.
Se esforzó tanto para que todo saliera perfecto: la comida, la mesa, los vinos, la conversación. Había querido que fuera una velada en la que ambos padres pudieran compartir más allá de los negocios, que vieran lo serio que era lo suyo con Julian. Pero en lugar de eso, lo que se ha quedado grabado en su memoria son las miradas frías de Joseph Lerner, los silencios cargados y esas palabras condescendientes que aún resuenan en su cabeza.
«Las mujeres suelen dejarse llevar demasiado por las emociones».
«La suerte favorece a quienes no se distraen con asuntos sentimentales».
Giorgia suspira y se quita los tacones, caminando descalza hacia la sala. Enciende una