El invierno en París acaricia las ventanas del departamento con un murmullo constante. Giorgia camina lentamente por la sala, una mano en su vientre redondeado que late con vida propia. Cada vez que el bebé se mueve, una mezcla de alegría y ansiedad le recorre el pecho. Está cada vez más cerca el momento de traerlo al mundo, y aunque debería sentirse llena de ilusión, el miedo se aferra a ella como una sombra.
Julian la observa en silencio desde la puerta. Ha aprendido a leer cada expresión en su rostro: esa leve arruga en el entrecejo, la manera en que muerde su labio inferior cuando algo la preocupa, el gesto inconsciente de acariciarse el vientre como si buscara protección. Sabe que Giorgia es fuerte, más de lo que cualquiera podría imaginar, pero también sabe que incluso las fortalezas más sólidas se agrietan bajo la presión del miedo.
—Estás caminando como un tigre enjaulado —dice él suavemente, acercándose.
Ella sonríe apenas, sin detenerse.
—Es que… no dejo de pensar en