El sol de la mañana entra suavemente por los ventanales del departamento parisino. La vida de Julian y Giorgia ha cambiado en los últimos meses: de promesas rotas y corazones heridos pasaron a construir un hogar lleno de risas, pañales, trasnochadas y amor verdadero.
Julian despierta primero. Sus ojos se abren lentamente y lo primero que ve es a Giorgia, profundamente dormida a su lado. Su cabello se esparce sobre la almohada como una corona desordenada, y su respiración tranquila es música para él.
Se gira con cuidado, sin hacer ruido, y observa la cuna junto a la cama. Su hijo duerme allí, con un puñito cerrado sobre la manta azul. Julian sonríe y se acerca despacio, acariciándole la mejilla.
—Eres lo mejor que me pasó en la vida —susurra.
Se levanta, va a la cocina y comienza a preparar café. Antes, jamás se habría imaginado así: descalzo, con un pantalón deportivo, calentando agua mientras piensa en cómo sorprender a su esposa con un desayuno sencillo. Y sin embargo, nunca