Era viernes. Luciano estacionó su Astor Savvy Pro en el montón de autos del sótano del Grupo Vannicelli. Al entrar, saludó a varios empleados; todos lo miraban con respeto y algo de admiración, como si no supieran si acercarse o mantenerse al margen. Subió en el ascensor privado, que lo llevó a su antigua oficina. Cuando se detuvo con un suave ding, parecía demasiado delicado para la tormenta que llevaba por dentro. Luciano ajustó los puños de su chaqueta con una calma forzada y dio un paso adelante.
El pasillo de mármol se abrió ante él como un eco de otra época. Todo allí olía a pasado. A éxito. A esfuerzo. A orgullo… Y ahora, a algo que se parecía demasiado al exilio. El edificio del Grupo Vannicelli seguía igual: lámparas de cristal, plantas perfectamente cuidadas, paredes forradas en roble y miradas que se deslizan tímidamente cada vez que él pasa. Algunos lo saludaban con un simple movimiento de cabeza, otros evitaban su mirada, quizás por vergüenza.
La puerta de la oficina de s