Después del juicio contra los Zaharie, Gabriele se sentía mucho más tranquilo. Por fin, esas personas que tanto daño le habían hecho comenzarían a pagar, sobre todo Azzurra. Sin embargo, el miedo seguía acechándolo en algún rincón de su mente, como una sombra persistente. No lograba entender del todo esa sensación: parecía como si la amenaza no se hubiera ido del todo, como si la herida aún no supiera que ya podía empezar a cerrarse.
Aunque las sesiones con su psicólogo le habían ayudado a identificar el origen de sus ataques de pánico y ansiedad, todavía le costaba entender qué pasaba exactamente en su cuerpo cuando el temor lo sorprendía. Las técnicas que le enseñaba, como respirar lentamente, relajar los músculos y cambiar sus pensamientos automáticamente, a veces le parecían tan ajenas como tratar de parar una avalancha con las manos. Había tenido sólo un par de sesiones, suficiente para ganar un poquito de confianza y notar una pequeña reducción en la frecuencia de sus episodios