El juez se levantó al terminar la jornada, su toga colgando como una sombra al borde del estrado. Su voz, sin adornos ni compasión, cortó el aire cargado de tensión:
—La sentencia será dictada en dos días. El tribunal se levanta.
Dos días. Cuarenta y ocho horas. Una eternidad contenida en un reloj invisible que empezaba a contar hacia atrás. Gabriele salió de la sala sin sentir las piernas. Caminaba, pero parecía flotar. Luciano iba a su lado, con su mano cálida entrelazada con la de él, recordándole que todavía existía, que todavía era amado.
Los medios se habían vuelto un animal voraz. Ahora atacaban a los Zaharie con la misma furia con la que antes habían desgarrado a Gabriele. Titulares en rojo y negro: "Malversación de fondos, desfalco empresarial, chantaje, traición." Las imágenes de Azzurra esposada, con su rostro marcado por la rabia, circulaban por redes sociales y noticieros. Y allí, entre ellas, estaba él. Gabriele. Vulnerable. De pie. Sobreviviendo.
—¿Cómo te sientes? —Pr