El aire fresco de la mañana acarició la piel de Gabriele, cuando el avión tocó tierra en el pequeño aeropuerto del pueblo. Un carro los recogió, la vista desde las ventanillas era impresionante, colinas verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. La belleza del paisaje impresionó a Gabriele.
—Ya casi llegamos —dijo Luciano con una sonrisa cómplice mientras abrochaba su cinturón de seguridad, Gabriele lo miró y sintió emoción. Todo parecía estar en su lugar y la idea de estar en este pequeño rincón del mundo con Luciano, lejos de las presiones de la vida diaria, lo llenaba de una calma inesperada.
El trayecto hasta la casa fue corto, unos veinte minutos por una carretera rodeada de montañas y árboles frondosos, que se mecían al ritmo del viento. Gabriele no podía dejar de mirar el paisaje, tan diferente a la ruidosa ciudad que conocía. El auto avanzaba despacio, con música baja de fondo.
—¿Nunca has viajado a un lugar como este? —Preguntó Luciano, mientras tomaban una curv