El regreso a Milán fue tan relajado como el viaje mismo. Aunque el sol aún acariciaba con serenidad las calles de la ciudad, el regreso a la rutina diaria no parecía tan genial como había sido su viaje. Los tres días en ese sitio habían sido un descanso, un paréntesis en el tiempo que les había permitido escapar de las expectativas y presiones.
Luciano y Gabriele no hablaron mucho entre sí, ambos sabían que, al volver, el mundo que los rodeaba no entendería lo que había pasado entre ellos. Aquel vínculo entrañable, esa complicidad que habían compartido en el viaje, seguía allí, pero no podía ser tan fácilmente revelado. La idea de exponer su relación a sus familias les resultaba aterradora, y aunque ambos sabían que algo había cambiado irrevocablemente entre ellos, la incertidumbre aún flotaba sobre sus cabezas.
Gabriele sentía una carga que agobiaba su alma, una necesidad de compartir lo que había sucedido en esos tres días. Necesitaba contarle a alguien, a alguien que no fuera Lucia