Gabriele giró una vez más sobre la cama, dando vueltas y vueltas, sin poder dormir desde ayer, cuando Luciano se fue. No sabía qué estaba ocurriendo en Milán. Llamó a Luciano, pero sólo le dijo que lo contactaría más tarde. De repente, su teléfono vibró, y Gabriele casi lo soltó del miedo.
—¡Cariño! —susurró, con un tono cargado de preocupación.
—Hola, Bebé. ¿Estás despierto? —Preguntó Luciano.
—No he podido dormir desde que te fuiste. —Dijo Gabriele, acomodándose en la cama. — ¿Qué está pasando?
—Alguien entró en uno de los servidores y revisó los documentos donde guardábamos las pruebas. —Explicó, Luciano.
—¿Quién fue?
—No lo sabemos exactamente.
—¿Qué tan grave es esto?
—Bastante. Lo justo para que tengamos que actuar ya.
—¿Y qué piensan hacer? —Preguntó Gabriele.
—Vamos a acelerar el plan. Lo haremos mañana.
—Luciano…—la voz de Gabriele se quebró, temblando—. Dijiste que todavía no habían pruebas suficientes. ¿Y si los Zaharie se adelantan?
—No te preocupes, cariño. —Contest