Scott cierra los ojos. Su espalda se encorva. Esa frase lo atraviesa como un cuchillo. Pero no responde. Termina de guardar sus cosas y baja con el bolso al hombro. Algo anda mal.
Pamela lo sigue, llorando en silencio. Sus lágrimas caen al suelo de mármol como gotas de lluvia en invierno. Cuando Scott abre la puerta, se detiene un momento y la mira por última vez.
—Te llamaré mañana. Por favor no cometas ninguna locura—dice con voz ronca.
Y se va, dejando atrás el sonido desgarrador de su llanto.
Mientras maneja hacia el hotel, la noche cae sobre Boston como un manto oscuro. Sus manos tiemblan sobre el volante. Sus ojos se llenan de lágrimas que no derraman.
“Lo siento, Pamela… Lo siento mucho… Pero esta vez… esta vez tengo que hacer las cosas bien.”
Porque sabe que aún tiene mucho que enfrentar.
Una Julieta.
Un aura.
A su propia conciencia.
Pero, sobre todo, a un destino que ya no puedes ignorar.
Pamela camina de un lado a otro en la sala, con el teléfono en la mano, las pupilas dila