Marcó rápidamente su aplicación de banco y transfirió una suma exorbitante. Cuando colgó, su mirada era vacía, pero sus labios esbozaban una sonrisa torcida.
Al amanecer, Scott se dirige somnoliento hacia la clínica privada donde atiende al Doctor Morales. Pamela iba sentada a su lado, con gafas oscuras, un pañuelo cubriéndole la cabeza y un semblante de mártir digno de actriz de Broadway.
Cuando llegan, una enfermera los guía hasta el consultorio decorado con cuadros minimalistas y orquídeas blancas. Pamela se sienta en la camilla, bajando la mirada con expresión frágil, mientras Scott permanece de pie, con los brazos cruzados, intentando permanecer despierto.
El Doctor Morales entra, un hombre de cabello negro con cañas estratégicas y una sonrisa suave.
—Buenos días, Pamela. Señor Bianchi —saluda, estrechándole la mano a Scott—. Cuéntame, Pamela, ¿qué tiene sentido?
Ella comienza su show con lágrimas en los ojos, voz temblorosa y manos nerviosas.
—Doctor… me he sentido muy mal… náus