La casa olía a engaño.
Julieta no necesitaba más pruebas. Ver a Michael con su asistente, acorralado entre sus piernas y con las manos bajo su falda, fue más que suficiente. No hubo gritos, no hubo escándalo en el momento. Solo una madre que giró sobre sus talones y se fue con su bebé, sin mirar atrás.
Esa tarde, mientras Aura Anaís dormía en sus brazos, Julieta supo que tenía que salir de allí. El recuerdo de Scott haciendo lo mismo tiempo atrás —metiéndola a ella en la sombra de Pamela mientras le juraba amor— volvió como una herida abierta.
Solo que esta vez, no esperaría a que se le cerrara sola. Se comunicó con su amiga y le explicó la situación. No quería molestar a su familia.
— ¿Estás segura que no quieres que te acompañe a empacar? —preguntó Sofía al teléfono.
—No, no quiero hacer escándalo, solo quiero irme en silencio. Si Michael llega y me ve contigo, va a sospechar. Solo necesito que me esperes en tu casa. Esta noche.
—Mi casa es tuya, Juli. Puedes quedarte el tiempo que