La noche había caído sobre el resort con una brisa fresca que arrastraba el aroma del mar. Las luces de las antorchas que bordeaban los senderos iluminaban de forma tenue el lugar, y Peter no podía evitar sentir que aquella era la oportunidad perfecta. Había planeado cada detalle con cuidado, ayudado por un personal más que dispuesto y, sobre todo, con Tory como su cómplice secreta.
Durante la tarde, mientras Vicky se relajaba en el spa, Peter había tomado de la mano a la pequeña y, con voz conspirativa, le susurró:
—Hoy será un día especial, ¿quieres ayudarme?
—¡Sí, claro! —respondió Tory, con el entusiasmo vibrando en cada sílaba.
Le explicó su idea, y la niña no dudó en aportar detalles: flores blancas, velas que dibujaran un camino en la arena y, sobre todo, las letras gigantes que anunciarían la pregunta más importante de su vida: ¿Te quieres casar conmigo?
Al llegar la hora de la cena, Peter fingió normalidad. Invitó a Vicky a comer, con la excusa de que habían dejado a Tory en