La noticia.
En el hotel, Peter se encontraba en la habitación preparando la sorpresa que les tenía a sus sirenitas.
Vicky le había enviado varias fotos de ambas disfrutando de su día de chicas, y él las miraba extasiado.
Cuánto amaba a esas dos…
Era incalculable, claro. Sobre todo porque ambas le habían abierto su corazón sin esperar nada a cambio.
Y él, un simple idiota, se había ganado el premio mayor.
Después de dejar la mesa puesta y guardar los pequeños presentes que había comprado, se dirigió a la joyería. Tenía que retirar el anillo para, por fin, entregárselo a su adorada pelirroja como correspondía.
Caminó por los pasillos del hotel. Faltaba cerca de una hora para el regreso de sus sirenas. El tiempo estaba contado y el cosquilleo en su estómago comenzaba a intensificarse.
Pero algo extraño pasaba en el hotel: murmullos silenciosos, caras extrañas de los dependientes de las tiendas, miradas que decían más que las palabras.
—Buenas tardes.
—Señor Pekerman, su pedido ya está listo. Deme