Mundo ficciónIniciar sesiónPor fin, Lizzie se había quedado dormida. Después de gritarle cuánto lo odiaba y de jurarle que jamás lo dejaría en paz porque era suyo, Peter salió de la habitación sigilosamente y cerró la puerta con cuidado. No quería que ella se despertara; y no porque lo fuera a descubrir, sino porque su voz —que en algún momento había sido angelical— le martillaba los oídos.
Mientras caminaba por los pasillos del hotel, se debatía entre ir a la habitación de ellas o simplemente bajar por un trago. Desde que Vicky había reaparecido en su vida, todo había cobrado un sentido absolutamente distinto. Creía que la pequeña pelirroja se había borrado por completo de su mente… y de su sexo, pero, como si se tratara de un designio o una mala jugada del destino, después de tantas noches pensándola y masturbándose con su recuerdo, apareció frente a él, más hermosa y más madura de lo que jamás la hubiera imaginado.
Estaba tan sumido en sus pensamientos que no notó a la persona con la que chocó.
—Perdón, no lo vi —dijo, agachándose para tomar el sombrero de ala ancha que había caído al suelo y entregándoselo a aquel hombre, que lo observaba con una sonrisa ladeada.
—Tranquilo, muchacho, soy un roble viejo. A cualquiera le puede pasar. A propósito… ¿tu esposa? ¿Todo bien?
Peter intentó procesar la familiaridad con la que aquel hombre lo trataba, hasta que lo recordó.
—Usted estaba con nosotros en el yate.
El hombre asintió, se colocó el sombrero y llevó el puro que tenía en la mano hacia su boca.
—Este es un lugar libre de humo, señor… —advirtió Peter.
—Martínez —respondió—. Y tienes razón, será mejor que vaya a un lugar para fumadores, lejos de la bulla y el alcohol en el que ese grupo se ha metido ahora.
—¿De qué grupo habla?
—De los que estaban con nosotros en el yate. Al parecer, usted y su esposa fueron los únicos que no estuvieron en la cena… por obvias razones —acotó con una media sonrisa—. Pero los demás hicieron un buen grupo, y ahora están de camino al Bar Continental.
Una punzada se instaló en el pecho de Peter. ¿Y si ella estaba allí? Sería una presa fácil para cualquier depredador… incluso para él. Tenía que verla. Tenía que cuidarla. Nada más.
Repítelo cien veces, a ver si te lo crees…
Su conciencia lo recriminó tanto que dejó de prestar atención a lo que Martínez decía.
—El bar está en el ala sur del resort —añadió el hombre—. Podrás ver las luces de neón desde cualquier parte.
—Gra… gracias.
Por alguna razón, el hombre del sombrero lo miró con diversión antes de alejarse sin siquiera responder al agradecimiento. Peter estaba demasiado ansioso y preocupado por lo que pudiera pasarle a Vicky para reparar en esos pequeños detalles que Martínez parecía observar y analizar en él.
Caminó con paso firme hasta el lugar indicado y, al llegar, no solo lo recibieron las luces de neón. La música estridente y los gritos de la gente en el bar-discoteca lo envolvieron de inmediato.
Mostró al guardia su pulsera que acreditaba su calidad de cliente VIP y entró sin problemas. El lugar despedía lujo, como todo en el resort, pero además estaba repleto de personas que parecían estar disfrutando de verdad. Algo que él no había hecho desde que llegó a estas supuestas vacaciones para “arreglar las cosas”.
Miró a su alrededor hasta que la encontró, entre el grupo de personas. Su cabellera suelta se movía como una flama ardiente, y su cuerpo vibraba al compás de la música que mezclaba el DJ.
Su aura lo atraía como si fuera una luciérnaga hacia la luz. El traje que llevaba puesto se ceñía a sus curvas de una forma que lo dejó sin aliento.
Ella era…
“Ella es”, se corrigió mentalmente. Era todo lo que alguna vez había soñado… y que había dejado ir por no tener claro qué quería de su vida. Pero ahora, ya lo sabía.
Sus ojos no podían apartarse de ella. Era como si todas las estrellas del firmamento la iluminaran como pequeños focos que se rendían a los pies de esa hermosa sirena que bailaba en la pista.
Peter avanzó entre la multitud, esquivando cuerpos sudorosos, vasos en alto y risas que le parecían lejanas. Cada paso lo acercaba más, y con cada paso el calor en su pecho crecía.Ella reía con alguien del grupo, pero cuando giró la cabeza y sus miradas se cruzaron, el tiempo se estiró. El ruido del bar se apagó en sus oídos. Solo quedaban sus ojos verdes clavados en él, y la curva apenas perceptible de una sonrisa que no sabía si era de sorpresa o de advertencia.
—Peter… —pronunció su nombre con voz baja, como si el peso de esas dos sílabas le hubiera golpeado de golpe los recuerdos.
—Vicky.
La distancia entre ellos se redujo a un par de pasos. Peter notó el perfume familiar, una mezcla de jazmín y sal marina que le devolvió, como una bofetada dulce, noches que creía enterradas.
—No imaginé que te encontraría por aquí —dijo ella, con un tono neutro, pero sus ojos lo estudiaban como si intentaran descifrar sus intenciones.
—No sabía que te gustaba bailar —respondió él, con una media sonrisa.
—No sabía que aún te importaba lo que me gusta.
Ese golpe no fue físico, pero lo sintió igual. Peter tragó saliva, intentando encontrar una réplica que no sonara patética.
—Siempre me importó.
Ella apartó la vista un instante, como si necesitara un respiro de esa cercanía, pero no dio un paso atrás. Él lo notó. El espacio entre ellos era pequeño, demasiado pequeño para dos personas que habían prometido no volver a verse.
—Y tu esposa… ¿sabe que estás aquí? —preguntó Vicky con suavidad, pero con filo.
—Está… descansando.
—Claro. —Su sonrisa ahora era irónica, pero había algo en la forma en que sus dedos jugaban con la copa que lo hacía pensar que no todo en ella estaba tan controlado como parecía.
El DJ cambió la música a un ritmo más lento, y por un segundo, Peter pensó en pedirle que bailara con él. La idea era absurda, peligrosa… tentadora.
—No deberías estar aquí, Peter —susurró ella, aunque sus ojos decían otra cosa.
Él se inclinó apenas hacia ella.
—Quizás sí. Quizás este sea exactamente el lugar en el que debo estar.
Por un instante, ambos olvidaron que había gente alrededor. Y entonces, desde la barra, un vaso se rompe haciendo un ruido sordo que los distrajo por un momento de lo que sucedía allí entre ellos.







