Encuentro inesperado

El buffet del desayuno estaba repleto, y el murmullo constante de platos, cubiertos y charlas cruzadas flotaba en el aire con olor a café recién hecho, frutas tropicales y pan horneado. Tory, emocionada, corría de un lado a otro eligiendo waffles y trozos de piña mientras Vicky se servía un poco de yogur natural y jugo de naranja.

—¿Puedo comer un pancake más? —preguntó la niña con ojos brillantes, señalando la estación de panqueques.

—Claro, pero solo uno más, ¿sí? —respondió Vicky con ternura, acariciando su cabecita mientras ella asentía emocionada.

En otra parte del salón, Peter avanzaba con desgano entre las bandejas de desayuno, su plato en la mano, mientras Lizzie se quejaba al costado con tono teatral.

—Con lo que cuesta esa habitación, tranquilamente podríamos haber pedido desayuno a la habitación. ¿Qué necesidad hay de hacer fila como plebeyos?

—Lizzie, por favor — murmuró él sin ganas, apenas prestándole atención. Ya estaba cansado de escuchar sus reclamos, sus malas palabras, toda ella para él era una molestia y parecía que lo era también él para ella.

Fue entonces cuando la vio. O creyó verla. Una melena pelirroja, rebelde, inconfundible, se movía con soltura entre la multitud. Peter se detuvo en seco, sintiendo cómo algo en su pecho se encendía de golpe. ¿Podría ser ella?

El corazón le dio un salto. Su mente le gritaba que era una coincidencia, que no podía ser… pero entonces la escuchó.

—Mamá, mira, ¡tienen jugo de sandía!

La voz aguda, casi cristalina, resonó con un timbre peculiar. Inconfundible. Peter lo supo en ese instante. Esa niña tenía un implante coclear, por eso esa voz… esa voz no podía pertenecer a otra.

Peter dejó el plato sobre la mesa más cercana y caminó hacia ellas como hipnotizado dejando a Lizzie hablando sola. Vicky se había dado la vuelta justo en ese momento, cargando una bandeja. Cuando giró, casi chocó contra él.

—¿Peter?

Los ojos de ambos se encontraron y por un instante el mundo se detuvo. No existía el ruido, ni el buffet, ni los turistas desayunando alrededor. Solo ellos dos, congelados en el tiempo, como si el universo les estuviera jugando una mala pasada... o un regalo inesperado.

—No puedo creerlo... — dijo Vicky en un susurro, la voz temblando de sorpresa y algo más profundo que no se animaba a nombrar.

—Vicky… — fue todo lo que él pudo decir, apenas con aire. La contempló con una mezcla de nostalgia, ternura y algo más que venía guardando desde hacía años. Seguía siendo hermosa. Más aún, irradiaba esa luz que solo ella tenía.

—¡Yo te vi antes! — interrumpió Tory con una sonrisa tímida, mirándolo con curiosidad —. ¿Tú eres amigo de mi abu, verdad?

Peter bajó la mirada hacia ella, completamente descolocado, pero conmovido.

—Sí, Tory, soy amigo de tu abu Pat — respondió con calidez, aunque no recordaba exactamente cuándo fue la última vez que se habían visto con Patrick, parecían décadas pero eran solo un par de años.

—Lo último que me faltaba… — murmuró Lizzie, quien había seguido a Peter sin mucho interés. Se quedó a un lado, observando la escena con el ceño fruncido y los brazos cruzados —. Vicky Falcone. Por supuesto.

La tensión era tan palpable que cortaba el aire. Ya Lizzie sabía que esa maldita pelirroja no solo había sido la amante de Peter, sino que para peor ahora ¡Era una Falcone!

Maldita pitufa desgraciada, esto era lo único que me faltaba para cagar mis vacaciones. Pensó para sí misma y apretó sus manos en puño.

—Lizzie… — intentó decir Peter, pero ella ya había dado media vuelta.

—¿Y tú qué esperas? ¿Una serenata? Ven, Peter. No tenemos toda la mañana y tengo hambre  — espetó con fastidio desde unos metros más allá.

Él se volvió hacia Vicky con una mirada cargada de todo lo que no podía decir.

—Lo siento…Nos vemos luego… — dijo, casi en un suspiro.

—Claro — contestó Vicky, con una sonrisa educada pero ausente, como si intentara mantener la compostura. Esperaba que ese nos vemos luego no existiera, por su propio bien.

Peter se alejó despacio, mirando una última vez hacia atrás. Vicky permanecía de pie, con la bandeja en las manos y Tory hablándole animadamente. Pero sus ojos estaban puestos en él. Y en ese momento, ambos supieron que algo acababa de cambiar.

Lizzie lo tomó del brazo con impaciencia.

—¿No me digas que vas a ponerte sentimental ahora? Juro que es lo único que me faltaba.

Peter no contestó. Su mente estaba muy lejos de allí, perdida entre el cabello pelirrojo de Vicky, la voz de una niña que parecía salida de otro tiempo, y una sensación incómoda y poderosa que no sabía cómo contener.

Algo había despertado en él. Y no iba a poder volver a dormirlo tan fácilmente.

Mientras, en otra mesa, un hombre vestido de lino blanco, sombrero de ala ancha y un habano cubano entre los dedos, escuchaba la interacción de esas cuatro personas, la pelirroja le llamó la atención por su escultural figura, aunque era bajita, pero esa cabellera de fuego y las delicadas líneas que mostraba a través de la tela de su vestido había llamado la atención de más de alguna mirada. A pesar de eso, no le había dado importancia hasta que escuchó el nombre de la boca de la mujer que reclamaba hasta por las pisadas.

—Vicky Falcone, eso quiere decir que esa pelirroja es nieta de…

¡Dios santo, el jefe estará feliz de saberlo! Celebró para sus adentros, está información valía oro puro o quizás oro negro de ese que tenían mucho los Falcone.

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