La conversación se había vuelto un ring. Las palabras de Mike habían encendido un combustible que Rodrigo no estaba dispuesto a ignorar; la casa patronal vibraba con tensión, vasos tintineaban, y afuera el jardín permanecía en un silencio expectante.
—¿Crees que con imposiciones de millonario gringo en MI CASA, vas a resolver algo? —escupió Rodrigo, clavando la mirada en Mike—. Esto no es negociable. Ella es mi sangre.
—La sangre no da derecho a la fuerza —replicó Mike, con voz baja y cortante—. Y no me vengas con cuentos de honor que ya sé muy bien cómo te manejas.
Peter se erguía, listo para saltar, pero Michael lo sujetó por el brazo con firmeza: no era momento de hostilidades sin estrategia. Patrick, con la mandíbula apretada, los miraba marcados por la impotencia y por la ira.
Tory, que había permanecido en segundo plano, de repente sintió la presión del ambiente y sus labios se entreabrieron. Sus ojos se humedecieron. La niña sintió miedo.
—¿Mamá? —susurró, temblando—. ¿Por qué