Esa noche Vicky no pudo dormir. La respiración calmada de Tory y el sonido del mar no hacían más que recordarle lo que había ocurrido unas horas atrás.
—Dios… soy una tonta. ¿Cómo puedo seguir pensando en él y querer algo?
Ese “algo” era lo que más la asustaba, porque Peter estaba casado, había otra mujer en su vida. Y no una mujer cualquiera, sino alguien que jamás los dejaría en paz.
—Definitivamente estoy loca —murmuró, cerrando los ojos e intentando calmar su ansiedad, apartar ese demonio que se colaba nuevamente en su corazón.
—Maldito Peter… quisiera odiarte más de lo que puedo.
En la mañana, los saltitos de Tory en la cama la despertaron. No supo en qué momento se quedó dormida, pero la vida continuaba. Con ojeras y cansancio, se levantó y abrazó a su pequeña.
—Ya desperté, preciosa. ¿Qué quieres hacer hoy?
—¡Quiero ir a la competencia de castillos de arena, mami! Los niños de la disco peque me contaron que es súper divertida y los ganadores se llevan un premio enorme.
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