Lizzie caminaba aún cojeando por su tobillo, apoyada en ese hombre al que apenas conocía pero que, por una extraña sensación, le parecía tan suyo como el aire que respiraba.
—¡No lo puedo creer! Siempre es lo mismo con él… —murmuró, con la voz quebrada de bronca y dolor—. He hecho todo, todo para tenerlo junto a mí y sigue corriendo a los brazos de otra.
“Y peor… hacia esa bastarda Falcone,” pensó con rabia contenida.
—No creo ser el indicado para decírselo, pero… ¿de qué le sirve estar con un hombre como ese? —preguntó el doctor Emilio, ayudándola a entrar en la habitación.
—No… no lo sé. —Por primera vez, Lizzie no encontraba respuesta. Desde que conoció a Peter, había movido cielo y tierra para tenerlo, manipulando, luchando, mintiendo… pero ¿a costa de qué? Ya no tenía sentido realmente.
—Usted es una mujer hermosa, inteligente, con el mundo a sus pies. Si lo desea, cualquier hombre sería feliz de estar a su lado —dijo Emilio, limpiándole una lágrima con su mano cálida y perfecta