El japonés se detuvo un instante, con los ojos sobre los de ella. Luego, sin más, soltó un suspiro lento y la dejó sentarse sola en una banca dentro del agua termal.
—No eres una prisionera, Kira. Te llamé innumerables veces. Y me ignorabas. Odio que me ignora. Se que el mensaje te quedó claro.
—¿Y qué clase de mensaje se envía con katanas, gas y dardos en el cuello?
Satoru no respondió al instante. Se sentó frente a ella, sin pudor alguno por estar también desnudo.
—Uno que dice que el mundo no gira en torno a los Ivanov... ni a los Vólkov. No más.
Kira entrecerró los ojos, el calor de la sauna no le impidió notar la tensión en los hombros de su captor. No era solo un guerrero con docenas de tatuajes en todo su cuerpo. Había sido criado en algo más antiguo. Más rituales. Más disciplinado.
— ¿Quién está detrás de esto? —insistió ella.
Satoru alzó la mirada hacia el vapor que subía en espirales.
—Alguien que te quiere muerta también… pero ahora, las cosas cambiaron. No prometo que siga