Konstantin apenas alcanzó a sujetarse de la cintura de Kira cuando ella aceleró de golpe en la próxima esquina.
El rugido de la motocicleta atravesó la avenida como una flecha negra y peligrosa.
La ciudad de Moscú se extendía frente a ellos como un tablero de ajedrez, pero Kira jugaba con las reglas de una reina salvaje.
—¡¿Estás loca?! —grita Konstantin contra el viento, mientras ella zigzaguea entre autos y camiones sin bajar la velocidad.
—¡Agárrate, Vólkov! No quiero tener que limpiar tu sangre de mi historial —contesta ella, riendo con ese tono sarcástico que a él ya le parecía adictivo.
Aceleró aún más en una curva, y sintió cómo la adrenalina subía por su columna como fuego líquido. En lugar de miedo, sonriendo.
Dios santo... esta mujer lo estaba volviendo loco. Mira que excitarse sobre la moto mientras ella la conduce de forma temeraria y él ni casco tiene.
En un semáforo, frenaron en seco. Konstantin, todavía con las manos en su cintura, la miró por el retrovisor. Ella ni se