Bienvenido a la jungla

—Gracias, abuelo. Me voy, tengo examen en mi universidad más tarde.

Se sonroja por estar pensando en disparates.

—¿Todo bien con tu maestría?

-Si. Termino este año. Y en cuanto a Konstantin haré lo que me dices, lo usaré y cuando ya no lo necesite lo voy a desechar.

—Pero recuerda esto... —le dijo con firmeza—. No subestimes a Konstantin Vólkov. Él no es ningún enemigo. Ni cualquier hombre.

Kira sale del salón en silencio, con esa advertencia resonando en su cabeza como un eco.

Cuarenta y cinco minutos después, Kira llega al rascacielos propiedad de su familia. El ascensor se abrió con un nivel ding, revelando el piso ejecutivo de Valdivia Corporation, recientemente remodelado para la fusión con los Vólkov. Kira caminó por el largo pasillo, con su blazer negro resaltando sobre la blusa blanca ajustada y los pantalones de corte alto que le daban una silueta imponente. Su cabello recogido en una coleta alta le daba un aire aún más serio… impenetrable.

Saludó con una leve inclinación de cabeza a la recepcionista y se dirigió a su nueva oficina. La puerta ya estaba abierta, y dentro, toda lucía tal como lo había solicitado: elegante, funcional y sin excesos. Pero había algo que no encajaba.

Demasiado ruido.

Voces, risas, sonidos de objetos cayendo... y ¿música?

Kira frunció el ceño. Se acercó a la puerta de al lado.

Y ahí estaba.

La oficina de al lado —que hasta hace dos días estaba vacía— era ahora un espectáculo.

Una pantalla plasma de más de 80 pulgadas colgaba de la pared como si fuera un cine privado. En una esquina, había un minicampo de golf con césped artificial perfectamente recortado. Un poco más allá, un rincón destinado al tiro al blanco con dardos, un juego de boliche en una esquina, un arco y flecha en otro lado, justo al lado de una barra completamente equipada, con luces LED, botellas exclusivas y hasta copas de cristal talladas.

Un asistente pasaba una alfombra de terciopelo mientras otro colocaba un tablero de ajedrez con piezas de mármol.

Kira entornó los ojos, entre incrédula y molesta. Parecía la guarida de un mafioso con gustos finos.

Entonces, una voz masculina detrás de ella, la saca de sus pensamientos.

¿Interesada en mi estilo de decoración? Me encanta la creatividad y no aburrirme en el trabajo. Me mantiene...despierto.

Ella gira lentamente. Allí estaba Konstantin Vólkov, apoyado despreocupadamente en el marco de la puerta de su oficina. Traje azul oscuro, camisa blanca sin corbata, reloj carísimo en la muñeca. Un collar y un dije de oro. Sonreía como si acabara de pillarla espiando, y lo disfrutara.

—Más bien sorprendida —responde ella con frialdad—. No sabía que estábamos trabajando en una feria de entretenimiento.

Él entra con paso lento, como si fuera el dueño del edificio, y observa su propia oficina.

— ¿Te molesta? Puedo insonorizarlo... si me lo pides con educación. No te aseguro que en esa tv solo ponga deporte.

—No estoy aquí para pedirte nada, Vólkov. Vine a trabajar, no a jugar al golf entre reuniones.

Él se acerca un poco más, midiendo cada palabra.

—Yo también vine a trabajar. Solo que… a mi manera. Señorita Valdivia.

Kira rodó los ojos y se alejó hacia su oficina.

—Perfecto. Que no interfiera con la mía.

Él sonríe, encantado por su carácter.

—Niñita intensa... —murmura casi para sí.

—¿Perdón? —alza una ceja.

—Nada —responde con una sonrisa ladina—. Disfruta tu día, compañera de piso Valdivia.

Y con eso, se giró y desapareció por la puerta, dejando tras de sí un aroma elegante a madera, whisky y peligro.

Kira respiró hondo. Le estaba provocando. Y lo sabía. Pero había algo más en esos ojos… algo que la hacía sentir vigilada, como si cada gesto suyo estuviera siendo estudiado.

Algo que no terminó de entender. Y que él se encargaba muy bien de esconder.

Kira se terminó el rápido almuerzo que su asistente Paul le había dejado: una ensalada de quinua, trozos de pollo al limón y un café frío. Era lo único que podía tolerar en la oficina sin perder el apetito por culpa de cierto vecino molesto.

Miró el reloj. 1:32 pm

—Perfecto, tengo tiempo —murmura, tomando su maletín universitario de cuero y sus gafas.

Bajó hasta el estacionamiento con la seguridad de quien tiene todo bajo control, pero la vida, como siempre, tenía otros aviones.

Giró la llave del encendido de su carro. Nada.

Lo intenté de nuevo. Silencio total.

—No me jodas...

Una tercera vez. Ni una tos del motor.

—¡Maldita porquería! —gritó, bajando del auto y pateando la llanta con uno de sus tacones.

No podía darme cuenta del lujo de llegar tarde. Hoy tenía exposición y un examen y, para colmo, el tráfico en Moscú a esta hora era una pesadilla. Tomar un taxi sería un suicidio logístico.

Y justo cuando pensó en maldecir a medio mundo, escuchó el rugido de una motocicleta encendiéndose un par de puestos más allá.

Ahí estaba él.

Konstantin Volkov. Con su casco negro mate en el tanque de la gasolina, ahora trae una chaqueta de cuero, y esa sonrisa condescendiente que provocaba ganas de golpearlo… o besarlo, dependiendo del humor.

— ¿Problemas, Valdivia? —pregunta, poniéndose el casco.

—Tú otra vez —gruñe Kira, girándose hacia él— No creo en las coincidencias.

— ¿Quieres que te lleve? Moscú está colapsada.

—Prefiero caminar con estos tacones hasta Siberia —espetó.

Él se inclinó contra su moto, subiendo ambos pies en el reposapiés delantero. Se veía tan cómodo, como si no tuviera nada mejor que hacer que burlarse de ella.

—Uf..debes darle mantenimiento a tu coche. Si no enciendes es porque te descuidaste.

— ¿No tienes nada mejor que hacer? Vete a volar.

—Tienes clase a las dos, ¿no? —dijo, mirando su reloj—. Vas a llegar tarde. Acaban de anunciar un accidente en la vía principal. El tránsito es una m****a. Puedes llamar un moto taxi, pero igual no va a conducir tan bien ni será tan guapo como yo. Además igual llegará tarde.

Ella saca su teléfono, marca la aplicación. El conductor responde:

—"Señorita, hay un accidente, llego en treinta o cuarenta minutos, dependiendo del desvío".

Kira apretó los dientes. Volví a mirar a Konstantin.

—Te odio —murmura.

—El sentimiento es mutuo. Pero la moto tiene dos asientos. ¿Conduce tú o lo hago yo?

—¿Qué? —frence el ceño.

—Te doy a elegir. Así de bueno soy. —sonrie, mientras se quita el casco y le pasa las llaves.

Ella lo pensó durante un segundo. Miró el reloj: 1:41 pm No había opción.

—Dámelo —le arrebata el casco. Ella se monta extendiendo una pierna delante de él y toma el mando.

Konstantin sin duda. Se acercó por detrás, despacio, como si fuera a hacerle un favor… o arruinarle la vida.

—Déjame ayudarte —murmura cerca de su oído, mientras le acomodaba el casco y se pegaba a su espalda con una intención descarada. Sus manos bajaron con lentitud hasta el cinturón, rozando sus costillas.

—¿Estás buscando que te rompa la mandíbula? —le soltó ella sin moverse.

—Estoy tratando de sobrevivir al tráfico —responde él con voz grave, mientras se acomodaba detrás de ella, demasiado cerca— él escuchó que conduce de maravilla.

Cuando Kira subió la moto, el rugido del motor ahogó su fastidio. Aceleró de golpe, haciendo agarrarse de su cintura con fuerza.

—Sujétate, Vólkov —dijo sin voltear—. Porque si te caes, no pienso parar.

—No te preocupes, princesa —susurra él—. Me encanta cuando me dominas.

Y así, salieron disparados hacia las avenidas caóticas de Moscú. Una asesina al volante… y su ruso favorito pegado a su espalda.

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