Madeleine Dubois desvió lentamente la mirada de Bastien hacia el ruso, Viktor Ivanov, con una clara expresión amenazante, y llena de molestia.

—Antes de hablar… —dijo la mujer con voz firme, pero modulada, y ladeó levemente la cabeza con la barbilla elevada, como si eso reforzara su superioridad moral— quiero que él se vaya —añadió la cuñada del CEO Delacroix, sin siquiera dignarse a mirar directamente a Viktor una vez más. Lo señaló con un leve movimiento del mentón, como si se refiriera a un maldito objeto—. Lo que voy a decirte es demasiado delicado para oídos ajenos.

Bastien, que ya estaba sentado tras su escritorio, se inclinó hacia atrás apenas unos centímetros.

Su mirada descendió con lentitud hacia Viktor, como si considerara la posibilidad por una fracción de segundo, antes de descartarla con arrogancia.

Luego levantó la vista y fijó sus ojos azules, profundamente en Madeleine, fríos como el hielo.

Viktor, por su parte, acababa de darle un sorbo lento a su whisky. Su