A solo unos días de mi llegada a vivir a Montreal con Miranda, obtuve las primeras respuestas a mi petición de divorcio. John mismo se presentó en la mansión y en mi habitación, con el primer análisis del caso.
Pero las noticias no fueron lo que ninguno de los dos esperaba.
—No podemos usar el adulterio como causal de divorcio, Hannah.
Me incorporé en la cama.
—¿Qué?
John expiró con agotamiento y, desde la silla donde se hallaba sentando, agachó la cabeza y unió las puntas de los dedos.
—Es desestimando, el ordenamiento jurídico no castiga el adulterio. Solo se puede usar sí se tienen pruebas sólidas de ello.
Con desesperanza, me dejé caer en las almohadas. ¿Incluso eso había calculado Adam Baker, que no fuese posible divorciarme de él por esa vía?
—¿Estás segura de que te fue infiel, Hannah?
Me froté las manos sobre la barriga, de ya 32 semanas. Bajé la vista.
—Lo estoy, yo lo vi —todavía recordaba cada día ese video, con él y Sabine besándose sobre ese sillón y tocándose. Sentí tal