Me forcé a creer que acostarme con él era parte de un sueño, uno muy real, porque de otra forma hubiese sido imposible tener intimidad con un hombre que acababa de engañarme con otra.
—... Adam... —gemí su nombre, con los sentidos a flor de piel.
Sonrojada, jadeé mirándolo debajo de mí, observándolo mirarme con una mirada que se nublaba por el placer que yo deliberadamente le provocaba. Todo mi cuerpo se sentía tan caliente, ardía mientras me movía sobre él, apoyando las manos en su pecho y cuidando de no llevar eso demasiado lejos.
Las manos de Adam se mantenían en mis caderas, ansioso por ir más rápido, pero reprimiéndose con admirable esfuerzo. Se limitaba a mirarme llevar el control, apenas empujaba las caderas y me acariciaba de vez en cuanto, como un niño incapaz de quitar las manos de su juguete favorito, recién descubierto.
—Te amo —dijo con voz entrecortada al incorporarse sobre los codos, hambriento por más—. Te amo como loco, amor.
Lamió mis labios, antes de sumergirme en un