Lo primero que hizo Adam al llegar hasta donde Sabine y yo nos encontrábamos, fue usar su brazo sano para jalarme y colocarme detrás suyo. El aroma amaderado de su colonia, tan parecido al perfume sensual de su exmujer, invadió mis sentidos cuando se plantó frente a ella.
Mi aturdimiento era tanto que no hice nada y tampoco hablé cuando su voz defensiva rompió la quietud de la noche.
—¿Qué tratas de hacer, Sabine? —indagió duramente—. Te pedí expresamente mantenerte lejos de mi matrimonio.
La noche era tan oscura que no fui capaz de ver la expresión de mi esposo, pero su voz rezumaba hostilidad y repudio.
—¿Buscas llenarle la cabeza de cuentos? Te advierto que no te permitiré...
—Yo no la busqué, seguro ya lo viste en el texto que ella misma me envió —lo interrumpió ella, manteniendo una actitud cortés—. Tu esposa me buscó a mí, Adam, no yo a ella.
Adam no dijo nada al respecto, limitándose a ver fijamente a la guapa mujer con quién mantuvo una relación de 7 años. Sabine se abrazó a sí