Adam Baker nunca me iba a ceder el divorcio. Incluso había llegado al punto de ponerlo en el contrato de matrimonio como una cláusula irrompible, atada a sus caprichos y a su exclusiva decisión. Sí, algún día él firmaba el acta de divorcio y me hacía una mujer libre, sería por su elección personal y porque seguramente ya se habría cansado de mí.
Pero mientras eso no pasará, mi vida quedaba atrapada a su lado. Había sido listo, no, más que eso, Adam era un tipo escalofriantemente astuto al incluir esa demente clausula en el contrato que me dio a firmar justo antes de llevarme al altar.
Y yo fui tan tonta al firmar sin leer en donde me metía.
Eso me dijo John cuando lo llamé y, tras hacerle jurarme que eso sería confidencial, le mostré una copia del contrato matrimonial. Él lo estudió con el ceño fruncido y finalmente expiró sin esperanza.
—Vaya. Adam sin duda es un sujeto inteligente, no dejó ni una sola laguna legal.
Mis hombros se hundieron y perdí la poca esperanza que aún conservaba