Laura sintió que su corazón se agitaba al darse cuenta de lo que había ocurrido. La puerta estaba ligeramente abierta y, aunque al principio creyó que ladrones habían entrado, eso no tenía mucho sentido. Lo que temía que ocurriera, y que había creído que estaba lejos de pasar, se convirtió en su realidad y en una pesadilla para ella. No estaba preparada para enfrentar el enojo y la ira de su jefe. Había buscado por todos lados a Amelia, pero no la encontró.
—Amelia, me estás asustando. Por favor, sal de dónde te has escondido —rogó con la voz rota, a pesar de que sabía que ella no estaba en ningún escondrijo. No perdía nada con intentar llamarla—. No puede ser, así que al final te has ido. Dios mío, ¿qué voy a hacer? Ahora estoy en grandes problemas.
Ni siquiera sabía si debía decirle de inmediato, pero dejar correr el tiempo y callar solo lo volvería aún peor.
Corriendo por las abarrotadas calles de transeúntes, Amelia, por primera vez en mucho tiempo, se sintió inmarcesible. Como si