Laura alargó la mano para quitar el vendaje que cubría las delgadas y delicadas muñecas de Amelia, pero al darse cuenta de que las heridas ya habían sido limpiadas, se detuvo. Amelia la miró con curiosidad, sin saber qué decir.
—Supongo que ha sido su esposo, el señor Schneider, quien se encargó de limpiar sus heridas. Ha sido demasiado delicado con usted; eso me deja descolocada —se atrevió a comentar con una sonrisa que no podía ocultar del todo. Amelia desvió la mirada, como si aquel comentario la pusiera en evidencia.
—¿Se siente mejor? —preguntó Laura con preocupación.
Amelia sonrió ligeramente.
—Eso creo.
—Me alegra que haya comido hoy.
—¿Sabes? Solo puedes llamarme Amelia. No veo la necesidad de tanta formalidad entre nosotras —puntualizó, regalándole una mirada amable. Laura asintió.
—Si así lo prefieres, a partir de ahora me dirigiré a ti de forma informal. ¿Hay algo que quieras hacer ahora? Quiero saber si te gustaría distraerte o divertirte un poco.
—¿Ya no estoy castigada?