De regreso a casa, los ánimos estaban por los suelos, pero aun así, el matrimonio siguió con su rutina diaria como si nada.

El pequeño Damián recibía el amor de sus padres, mientras los días pasaban y cada mañana, Nicolás se aseguraba de que Regina tomara sus vitaminas y se mantuviera en reposo. La preocupación en su rostro era evidente, pero su amor y su deseo de ser padres lo mantenían firme.

A medida que pasaban las semanas, Regina experimentaba los síntomas típicos del embarazo: náuseas matutinas, cansancio y una sensibilidad emocional que la sorprendía, haciéndola llorar sin motivo alguno o por el simple hecho de recordar sus pérdidas anteriores.

«¿Perdería a este bebé también?», se preguntaba.

El miedo era constante y lo combatía compartiendo tiempo con Damián, diciéndose a sí misma que, sin importar el resultado final, debía de ser fuerte porque tenía a este hermoso bebé consigo.

Sin embargo, la realidad de su embarazo no tardó en hacerse evidente. En la semana ocho, comenzó