Después del revés de la escuela, mi plan comenzaba a desmoronarse y me daba terror verme atrapada en esta casa llena de recuerdos y en este barrio sin futuro. No quería condenar a Leia a tener que hacer todo lo que yo hice para salir de aquí. Necesitaba un trabajo. Pensé que sería fácil. Actualicé mi currículum y comencé a lanzar ofertas. Di voz a conocidos y me hice perfil en LinkedIn. Pero la cosa no era tan fácil como pensaba. Sueldos irrisorios y ninguna compatibilidad con ser madre soltera. Me pedían trabajar veinticuatro horas y viajar; con una niña pequeña quedaba descartado. Parece que las mujeres de hoy en día tenemos que trabajar como si no tuviésemos hijos y criar como si no tuviéramos que trabajar. Esto era totalmente estúpido.
Bajé mis expectativas, busqué en puestos más bajos, pero tampoco había suerte. Hice cientos de entrevistas, y sobre el papel era la candidata perfecta. Pero estaba sobrecualificada para el puesto, o mi disposición para trabajar era mala. Nada encajaba totalmente con mi papel de madre.
Solo puedo explicar una de las entrevistas, que de entrada fue muy bien. Mi entrevistadora era un encanto. Estuvimos hablando un buen rato, resulta que estudiamos en la misma universidad, coincidimos en algunos profesores y todo pasó de lo más distendido. Parecía más una quedada con una amiga que una entrevista de trabajo.
—Mira, Becca, voy a serte sincera —dijo ella.
Muy bonita su explicación, pero yo seguía desesperada y sin trabajo. Ese era el marco real de la situación laboral para alguien en mi situación y estaba muy jodida.
Le dejaba a Leia a Lorena para las entrevistas. Desde nuestro primer encuentro comenzamos a quedar regularmente para que las niñas jugaran, pero era algo puntual; me echaba una mano, pero no podía dejarle a la niña 24 horas diarias.
En España hay una ley para la conciliación familiar, en concreto el Real Decreto-ley 6/2019, que reforma el artículo 34.8 del Estatuto de los Trabajadores, y con ella se introdujo una jornada laboral adaptable a las necesidades de cada empleado. Estaba claro que en este país casi la totalidad del cuidado de los hijos recae en las mujeres; querían una ley para garantizar la igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres en el empleo y la ocupación. Pero que en España, que es un país de pandereta, que se pasa las leyes, incluso las más básicas, por el forro de los cojones, no es efectiva; es solo una bonita utopía que claramente sigue perjudicando a la mujer. Pero si a esto le sumamos una madre soltera con una hija aún pequeña buscando trabajo, comprobamos que la ley no sirve para nada. Las palabras flexibilidad de horarios, dedicación total y exclusiva son las primeras que afloran en mi sector. Así que claramente soy descartada de muchas entrevistas por mi situación personal.
A veces miraba a Leia jugar tranquilamente con sus juguetes sobre la alfombra y me entraba una punzada de ira. La amo con toda mi alma, pero también la hago en cierta manera responsable de cómo ha cambiado mi vida. Lo tenía todo, una vida fácil y de ensueño, y se acabó porque llegó ella. Después de este pensamiento fugaz me sentía tremendamente culpable, pero era una idea que en esos momentos rondaba por mi cabeza.
Como último intento desesperado contacté con mi antiguo grupo de amigas de la universidad. Ya en los numerosos intentos de quedar con ellas y en la conversación por Zoom sabía que ya no teníamos nada en común, pero dicen que lo mejor de estudiar en una universidad privada es que los contactos que haces son casi más importantes que realmente la carrera que te sacas. Era hora de probarlo.
Quedamos a cenar un viernes por la noche y tuve que pedirle por favor a Lorena que me hiciera de canguro una vez más. Quedamos en un sitio demasiado caro para mi economía actual, pero no podía hacer nada. Llegué pronto y las esperé de pie al lado de la puerta del restaurante. Y allí aparecieron las tres. Idénticas mechas rubias, idénticos trajes de diseño, idénticas rinoplastias con tetas a juego.
Las vi pasar delante de mí y acercarse al maître. ¿Ya eran así cuando éramos amigas? ¡Claro que no! Pero los años y los cánones de belleza estandarizados habían convertido a mi grupo de amigas, un grupo de personas únicas, en tres clones con un gran parecido a la Barbie Malibú. El mismo tono de rubio y la misma cantidad de plástico. De verdad que en el primer momento tuve que hacer un esfuerzo para diferenciarlas. Entraron hablando animadamente entre ellas, yo las esperé de pie al lado de la puerta del restaurante, pero me ignoraron y siguieron adelante.
—Tenemos una reserva para las 9, a nombre de Gema Márquez.
—Señoritas, acompáñenme —dijo el maître, y nos dirigimos hacia una mesa en el fondo de la sala. Mientras caminábamos, recordé todas las veces que había estado en aquel lugar. Era uno de nuestros restaurantes recurrentes; durante un tiempo conocí al maître y a los camareros. Me recibían por mi nombre. Pero en ese instante no reconocí a nadie. ¿Tanto tiempo había pasado? Empecé a sentirme fuera de lugar. Por fuera, mi imagen era igual que la de ellas, pero yo me notaba fuera de mi elemento.
Mientras andábamos entre mesas, me fijé en mi reflejo en un espejo de la pared. ¿No me habían reconocido? No entendía por qué; a mi parecer, estaba igual que siempre.
Al llegar a nuestra mesa nos acomodamos, y lo primero que hicieron las tres rubias oxigenadas fue quedarse unos minutos en silencio revisando cada una su móvil. Yo me quedé callada, observándolas. Me parecía de muy mala educación, pero las dejé seguir hasta que ellas mismas se dieron cuenta de la situación.
—Uy, lo siento. Es por trabajo, ya sabes... Bueno,
sabías—se notaba claramente que Gema era la cabecilla del grupo.Durante mucho tiempo no fue así. En toda la etapa universitaria, la líder era yo, y ella era mi mejor amiga. Como una alfa y una beta. Ana y Giselle eran claramente omegas. Por esa estructura rara que tienen los grupos femeninos, el nuestro funcionaba así: cuatro amigas y dos grupos de mejores amigas. Pero ahora la cosa había cambiado. Gema llevaba la voz cantante.
—Chicas, chicas, estamos siendo muy maleducadas con Becca —bueno, por lo menos se dio cuenta—. La estamos haciendo sentir incómoda. Vamos a hacer una cosa que vi en una película.
Cogió la cesta del pan y la vació en un plato. Total, no creo que lo fueran a tocar. Demasiados carbohidratos por la noche.
—Vamos a poner nuestros móviles aquí durante la cena. El primero que lo coja, pierde y paga la cena. ¿Qué os parece?
—¡Sí, sí! Mega genial —“Mega genial”, tócate los ovarios, pensaba yo, mientras las demás aplaudían como dos focas amaestradas.
Tuve que rebuscar en mi bolso para encontrar el móvil. Revisé que no tuviera ningún mensaje y fui la primera en dejarlo en la panera. Ellas tardaron un poco más, como si soltar el móvil les doliera.
—Bueno, ahora que estamos todas atentas, ¿nos ponemos al día?
—Claro —dije yo—. ¿Qué os contáis?
—Empiezo yo —saltó Giselle—. Tengo que anunciaros que me han dado el ascenso —todas soltaron un gritito histérico en señal de celebración—. Llevo el departamento, subida de sueldo, mejor despacho, pluses... Bueno, estoy súper emocionada.
—Felicidades —le dije a Giselle. Las otras dos se levantaron a besarla.
—Ahora yo —dijo Gema—. Tengo que deciros que esta semana he presentado mi carta de renuncia.
—¿Qué? —dijeron las otras.
—Esperad, chicas, esperad. Que tengo otro puesto. Me han cogido en la multinacional. Comienzo a principios del mes que viene, y la mala noticia es que no voy a parar de viajar, así que nos veremos menos —otro grito histérico.
—Enhorabuena, eso es estupendo.
—Bueno, ahora me toca a mí —dijo Ana, y sacó del bolso una cajita que abrió con ceremonia. Dentro había un anillo con un pedrusco del tamaño de Gibraltar—. Me lo ha pedido.
Otro grito histérico. Aquello parecía una cena con un grupo de hienas.
—¡Qué suerte! Es tan guapo...
—Y tiene tanto dinero. ¿Seguirás trabajando?
—Bueno, supongo que sí.
—Yo te recomendaría que sí —soltó Gema—. Y si no, nada de acuerdo prematrimonial si no es muy ventajoso para ti. Iros a otra parte de España y casaos en gananciales. Nada de separación de bienes. Si no, mira a la pobre Becca.
Toma. La primera en la frente, y no me la vi venir. En ese momento me miraban todas y me puse hasta nerviosa.
—Primero: felicidades por tu futura boda, por tu ascenso y por tu nuevo trabajo. Son todas muy buenas noticias. Bueno, yo tengo una niña preciosa, tiene dos años, casi tres, y os enseñaría una foto, pero tendría que coger el móvil, y no quiero perder —todas rieron, pero era una risa forzada—. Me he mudado a la casa de mi abuela.
—Es verdad, te la dejó a ti. Un inmueble así, en ese barrio, ahora debe de costar una fortuna. Si lo vendes bien, podrías vivir muy tranquila durante bastante tiempo.
—Bueno, la he reformado bastante. Mi hija y yo vivimos allí de forma temporal.
—¿Allí? —preguntó Giselle—. ¿En la casa vieja de tu abuela?
—Sí, ha quedado monísima. Un poco
vintage, pero monísima. Además, mi viejo barrio se ha revalorizado muchísimo. Ahora es un sitio muy demandado.—Sí, por hípsters y turistas —dijo Gema.
—Y por gays —saltó Ana con cara de asco. La verdad es que nunca me sentí orgullosa de mis orígenes, pero esos comentarios... me hirieron.
—¿Y tienes algún proyecto laboral en mente? —retomó Gema.
—Pues por ahora no. He estado buscando, pero para ser sincera, la conciliación familiar en este país es nula. Necesito trabajar, pero también necesito cuidar de mi hija.
—Eso es un gran problema —dijo Gema—. Por eso es muy importante plantearse si podemos tener hijos.
—¿Si podemos? —repetí.
—Bueno, como todo en la vida, hay que priorizar —respondió ella.
—No te entiendo.
—Bueno, eres un ejemplo perfecto. Mírate.
—¿Qué me pasa?
—Nada,
cari—saltó Ana, que nunca soportó los conflictos—. ¿De qué estás buscando?—Comencé buscando un trabajo similar al que tenía, pero al ver que es incompatible con criar a mi hija ahora mismo, busco cualquier cosa.
—Pásame tu currículum, a ver si puedo...
—Pero a ver —interrumpió Gema—, no nos vemos desde hace años, ¿y esta cena es para pedirnos trabajo?
—Bueno, yo antes no paraba en la ciudad, pero desde que estoy aquí he intentado contactar numerosas veces y no habíamos encontrado un momento para quedar.
—Es que las que trabajamos tenemos una agenda muy apretada —soltó Giselle. Su actitud ya había cambiado.
—Yo voy a ser completamente sincera, Becca. Por nuestra antigua amistad, te lo digo con claridad: no te recomendaría a nadie, y voy a decirles a ellas que tampoco lo hagan.
—Perdona, no te entiendo. Tengo un buen currículum, los mismos estudios que vosotras. Me gradué la primera de mi promoción.
Miré el teléfono. Era solo un número oculto, pero me alegré tanto... había sido el estímulo que necesitaba para salir de allí.
No eran ni las diez cuando estaba picando al telefonillo de Lorena.
—¿Dios, qué rápido cenáis los pijos? —me soltó mientras me abría la puerta en bata.
Después de lo que pasó en la cena, tuve un momento de bajón. No sé si fue por eso o por las tres botellas de lambrusco que nos bebimos Lorena, su marido y yo, mientras las niñas destrozaban su casa.
—Es que la veo y, a veces, no puedo evitar echarle la culpa de que mi vida sea una m****a.