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Sigo odiando los lunes, y más si el día anterior tuvimos una movida de las gordas. Entre la noche del sábado sin dormir y el domingo de la fiesta, solo quería morirme. De verdad, no tenía paciencia para nadie en ese momento. ¿Sabes esos días que no aguantas ni tu reflejo en el espejo? Pues así había amanecido yo. Ni el chute de ibuprofeno a primera hora me había servido para aliviar el malestar del cuerpo, y creía firmemente que hoy no arrancaría, aunque me drogara. Lorena no estaba mejor, así que el lunes estaba siendo realmente duro. La comunicación era con monosílabos, para qué engañar, y después de la fiesta de ayer teníamos más movimiento de lo habitual un lunes. La gente se pasaba para felicitarnos y comprar el xuxo premiado. Os juro que ya lo odiaba. No iba a comer un xuxo nunca más en la vida.

Pero creo que el lunes se complicó cuando vi entrar a Alejandra por la puerta. Joder. Ya sé que habíamos quedado para hablar esta semana, y yo misma le dije que se pasara por la panaderí
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