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Las siguientes semanas todo era perfecto con Álvaro; parecía que estábamos en nuestra luna de miel. Yo parecía una adolescente enamorada, con mensajitos y llamaditas. Solo nos faltaba el “cuelga tú”. Si lo hubiera visto desde fuera, en otros, me habría dado ganas de vomitar, pero las conductas vergonzosas, cuando son de uno mismo, cuestan más de reconocer.

Nos veíamos en cada momento libre que teníamos, incluso habíamos salido con Leia alguna vez. Delante de ella no nos mostrábamos nada acaramelados, y ella lo identificaba como “el amigo de mamá”, así que dejé que pasaran algo de tiempo juntos, por si la relación seguía adelante y tocaba formalizar eso. Su relación no era mala, pero sí un poco distante, como con todos los hombres. Él se esforzaba por conectar con ella, intentaba jugar, incluso le traía regalos, pero el miedo que tenía mi hija al sexo opuesto parecía que solo se desconectaba con Pau, y en ocasiones con Miguel cuando estaba con sus hijas.

Uno de los muchos intentos de a
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