—Hola, buenos días. —Entró Álvaro con esa pose tan suya.
—Hola, Álvaro. ¿Qué haces por aquí? ¿Hoy no estás trabajando?
—Tenía fiesta y he pasado a ver a mi madre. Está muy contenta, dice que últimamente paso a verla mucho más.
—Genial. Te pongo un café.
—Claro.
—Siguiendo la conversación que tuvimos anoche...
—¿Te vas a decidir a leer de una vez a Jane Austen? No creo que no hayas leído nada suyo.
—Sigo diciendo que la novela romántica costumbrista no es lo mío, pero ya que me la has recomendado tanto...
—No puedes opinar sin leer, ¿recuerdas?
—Recuerdo.
—Me la voy a leer.
—Te la presto. Acábate el café, subimos arriba y te la doy.
—Seguro... que los libros no se devuelven.
—Sí. Si no, iré y tomaré a tu madre como rehén. Sé dónde vive.
—Touché.
Acabó su café e informé a Lorena de que subíamos. Será burra, después de la confesión de que Álvaro no me ponía, se habían acabado los chistes, las miraditas acusatorias y todos los jueguecitos a los que me tenía acostumbrada. Álvaro me acompañ