—¿Me estás diciendo que te ha invitado a cenar? —Lorena me estaba chillando.
—Sí.
—¿Y has aceptado?
—Pues sí.
—Pero, ¿por qué?
—No sé, déjame pensar. Es un hombre guapo, con buen porte y con estilo. Tiene una carrera y un empleo reconocido. Es un caballero tremendamente amable y me ha ayudado con el negocio. Dios, debo de estar como una cabra para aceptar una cita con él.
—¿Y Pau?
—¿Qué pasa con él?
—¿Has hablado con él?
—No, ni falta que me hace.
—Pero con él parecías tan feliz.
—Y tan engañada.
—Deberías dejarle explicarse.
—Mejor que no.
—¿Por qué no?
—Porque me conozco, y de un ataque de ira puede acabar mal.
—Tienes que hablar con él, porque lo vas a ver cada día hasta que tu hija vaya al instituto.
—No tanto, vivo al lado. ¿A qué edad puede ir sola al cole?
—Mira, Rebe... —Becca, corregí—, no me toques los huevos.
—¿Tienes?
—Que no me los toques. Tienes que ser una persona madura y hablar con él.
Lo sabía, pero, si digo la verdad, es que no quería enfrentarme a él.
Mi teléfono c