Odio los lunes. Soy como Garfield.
Parece una estupidez, ya que trabajo todos los días de la semana, así que, ¿qué coño me importa que sea lunes o jueves? Pero no sé si lo habéis notado: los lunes hacen que la gente esté especialmente tocacojones.
Yo nunca me di cuenta de esto hasta que empecé a trabajar de cara al público. La gente, en general, es maleducada y borde, pero los lunes son peores.
Como cada día, abrí la panadería y, a las nueve menos diez, puse el cartel de Vuelvo en 10 minutos que cuelgo cada mañana para llevar a mi hija al cole. Al volver, tenía una fila de clientes esperando en la puerta, con malas caras y protestas. Los fui atendiendo una a una mientras escuchaba que si tenían prisa y otras mil quejas. Que digo yo: si tienen tanta prisa, estaban perdiendo un tiempo maravilloso quejándose.
Al final de la tienda entró un hombre trajeado y bien parecido. Desencajaba con el barrio y parecía muy atento a la escena.
—De verdad, no entiendo eso de que nos hagas esperar