El amanecer se colaba entre las persianas con una luz fría y tenue, como un recordatorio de que, aunque el mundo siguiera girando, las batallas internas apenas comenzaban para Samara y Lucca. La calma del apartamento parecía un refugio efímero frente al torbellino que agitaba sus pensamientos y emociones.
Samara despertó primero. El silencio era absoluto, salvo por el leve murmullo de los bebés que dormían en sus cunas improvisadas. Su mirada se posó en Lucca, todavía dormido, con una expresión de paz que parecía tan frágil como un cristal. Durante unos segundos, Samara dejó que esa imagen se impregnara en su memoria; era un oasis de calma en medio del caos.
Pero la tranquilidad se disipó cuando su mente recordó la conversación de la noche anterior con Margot. No podía sacudirse la sensación de que algo importante se había puesto en marcha, algo que cambiaría para siempre la dinámica de sus vidas.
—¿Y si no podemos confiar en ella? —pensó con inquietud—. ¿Y si solo es otro golpe más e