Después de la tormenta, llegó la calma. Lucca y Samara despertaron una mañana que no prometía solo un nuevo día, sino una nueva oportunidad. La oscuridad que había oscurecido sus vidas en las últimas semanas aún persistía en las sombras del pasado, pero ahora parecía más lejana, como una nube que se disipa lentamente ante la luz de un sol renovado.
Ambos sabían que el camino hacia la reconstrucción no sería sencillo, que las heridas profundas no se cerraban de la noche a la mañana, y que la confianza —esa base invisible pero esencial— debía ser cultivada con paciencia, con verdad y con amor. Pero estaban decididos. Por ellos, por sus bebés, por la familia que querían construir.
Lucca comenzó el día en la cocina, preparando el desayuno con una concentración que contrastaba con la calma que emanaba del ambiente. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el suave murmullo de la ciudad despertando. Samara entró silenciosa, aún con los ojos entrecerrados, su cabello despeinado cayendo