La mañana siguiente al juicio fue distinta a cualquier otra. No por la luz suave que se filtraba por los ventanales de la finca De Laurentis, ni por el inusual silencio que parecía abrazar la casa, sino por la sensación interna de que algo profundo había cambiado.
Lucca se despertó con Samara acurrucada a su lado, sus dedos entrelazados como si fueran raíces aferrándose al mismo suelo. Era la primera vez, después de tantos meses —o quizá años—, que sentía la ausencia total del miedo. No había amenazas inminentes, ni enemigos acechando, ni juicios pendientes. Solo el sonido de los bebés respirando en la habitación contigua y el aroma del café que Alfred había empezado a preparar, como cada mañana desde que todo comenzó.
Sin embargo, no todo estaba del todo resuelto.
Margot no había hablado tras la audiencia. No había dado entrevistas, ni emitido comunicados. Sus redes sociales estaban en silencio, y la prensa comenzaba a especular: ¿había huido?, ¿había sido silenciada?, ¿estaba planea