Maia no sabía cuántas cosas Théo ya había arrojado al suelo del cuarto. Desde que habían llegado a casa, él ya había lanzado un jarrón contra la pared, tirado la mesita de noche, pateado la mesa de centro y arrojado un cuadro por la ventana.
Estaba en duda si seguir allí o encerrarse en su cuarto hasta que él se calmara. Pensando que la segunda opción sería la más sensata, comenzó a caminar lentamente en dirección a sus aposentos, pero tuvo que detenerse al escuchar su voz grave.
—No se mueva, señorita Maia, o no responderé por mí.
—Creo que es mejor que te calmes un poco antes de que conversemos cualquier cosa.
—¿Crees realmente que voy a calmarme después de todo lo que pasó?
—Sé que las cosas se salieron un poco de control, pero no deberías descargar la rabia en tus pertenencias.
—Entonces, ¿quieres que la descargue en ti? —Caminó hacia ella.
—¡No, claro que no! —Puso la mano frente al cuerpo para protegerse de una posible agresión.
—Quítate esa ropa, ¡ahora! —él exigió.
—¿Qué? —Abr