Maia estaba feliz en el hospital. Después de hablar con el médico que cuidaba de su hija, recibió excelentes noticias sobre la recuperación de la pequeña y cómo estaba progresando bien.
Lis ya se había acostumbrado a la compañía de Júlia, que estaba prácticamente viviendo en el hospital con ella.
—Mamá, cuando yo salga de aquí, quiero comer helado en el parquecito. —Lis decía, bien parlanchina, ya que era una niña muy adelantada para su edad.
—Te prometo que iremos, sí.
—Papá dijo que va a llevarme a vivir con él. —Habló, mientras jugaba con una muñeca.
—¿Qué? —preguntó.
Pero no obtuvo respuesta, ya que la niña se había distraído con el juguete que tenía en las manos.
Entonces se alejó de la hija y llamó a Júlia para conversar.
—¿El padre de mi hija la ha estado viendo con frecuencia?
—Él viene aquí todos los días. Ayer mismo durmió aquí. —Respondió Júlia.
—¿Él llegó a dormir aquí?
—Yo también lo encontré extraño, ya que le dije que no hacía falta, porque yo la estaba acompañando, per