—¡Aléjate de mí, Travis! —gritó Sídney con una mezcla de rabia y dolor—. Si me quieres de nuevo en tu cama, primero arrástrate como un gusano.
Sus palabras retumbaron en la habitación como un disparo. Travis la miró con furia contenida, los músculos tensos, el orgullo herido y la respiración agitada.
Quiso responderle, pero el nudo en su garganta lo ahogó.
Ella, con una calma que era puro veneno, se levantó despacio, tomando una bata de seda oscura que descansaba sobre el sofá.
Se la colocó con elegancia, cubriendo su piel, esa piel que hasta hacía minutos él había deseado y amado con desesperación.
Sídney sonrió, una sonrisa que escondía el temblor de su corazón, y se dirigió hacia la puerta. La abrió con gesto decidido.
—CEO Baster, bienvenido —dijo con voz suave, casi dulce—. Ya te esperaba.
Carl Baster, impecable en su traje oscuro, sonrió al entrar.
Sus ojos, fríos y calculadores, se detuvieron en Travis Mayer, que permanecía en medio de la habitación como un intruso.
—¿Y él? —pre