—¡Es mi hijo, Sídney!
La voz de Travis resonó con una mezcla de furia y desesperación. Sídney retrocedió un paso, como si aquellas palabras fueran un golpe directo al pecho.
Sentía el miedo latir en su garganta, una presión densa, fría.
—Contesta, ¡¿me ocultaste a otro hijo?! ¿Tres años, Sídney? —su tono era casi un rugido.
Sídney tragó saliva. El mundo se cerraba frente a ella.
Las paredes del hospital parecían acercarse, sofocándola.
Esto sería el triunfo de Leslie, pensó. Si Travis creía aquella mentira, todo su sacrificio por Liam sería en vano.
La idea de perderlo, de ver a su hijo convertido en carnada para los odios de los Mayer, la hizo temblar de impotencia.
Entonces la puerta se abrió bruscamente.
—Sídney, gracias por cuidar a mi hijo —dijo una voz femenina—. ¿Qué hacen ustedes aquí?
Era Glory, con el rostro endurecido. Avanzó hasta interponerse entre Sídney y Travis.
—¡Fuera de aquí! No quiero que despierten a mi hijo, ¿me oyeron? ¡Fuera!
El tono fue tan firme que incluso L