Al día siguiente por la noche.
Las luces del salón de la mansión donde se celebraba la velada parpadeaban como luciérnagas sofisticadas; el murmullo de los invitados formaba una marea elegante que se abría paso entre copas de cristal y trajes caros.
Era una fiesta de socios, una reunión donde muchos harían alianzas, y otros planeaban traiciones para volverse más ricos que otros.
Pero en el fondo de la sala, bajo la luz cálida, se movía un rumor peligroso: el socio Peter Davidson sufría un problema de liquidez y planeaba vender sus acciones de la Petrolera Lyngton, sin importar el sello de lealtad a la empresa, y planeaba entregarlas al señor Mayer, pero enemigo de Australia Evans, la dueña de esa petrolera Lyngton, eso significa una cosa “Alta traición”.
Para Sídney, eso no era una noticia cualquiera —era una amenaza directa a todo lo que había construido.
Ella llegó con la mirada afilada y la determinación. A su lado, el CEO Baster caminaba con la calma, sin hacer que sus contrincante