Travis estaba sentado en la habitación, inquieto, con el corazón, latiéndole de manera irregular.
Afuera, la lluvia golpeaba los ventanales, haciendo que las luces tenues de la ciudad se reflejaran sobre el piso de madera.
Cada sombra parecía alargarse con sus miedos, cada susurro del viento se sentía como un presagio de lo que estaba por suceder. Esperaba, y la espera le resultaba casi insoportable.
Había una sensación extraña en el aire, una mezcla de expectativa y peligro que le recorría la columna como un escalofrío constante.
De pronto, la puerta se abrió y ella entró.
Travis la vio, aunque solo por un instante, y algo en su interior se detuvo.
Había algo en su porte, en la forma en que caminaba, que lo transportó de inmediato a recuerdos que creía enterrados: Sídney. Su exesposa, aquella mujer que había marcado su vida de formas que todavía le dolían.
Pero él negó aquello con fuerza interna, apretando los puños y respirando hondo.
“¡Tengo que olvidarte, Sídney! No serás la única