—¡Lo haré, apuesto! —dijo Travis con una mezcla de temor y desafío, la voz dudosa y llena de rabia, mientras las miradas de todos los presentes parecían perforarlo como dagas.
Sídney lo observó con una sonrisa fría, calculadora, una mezcla de satisfacción y diversión que le helaba la sangre.
Su rostro, apenas iluminado por la tenue luz de la sala, parecía aún más enigmático.
No había un solo gesto de duda; para ella, aquel juego era más que un simple reto: era una demostración de poder, de control absoluto y prueba, era una prueba para saber quién era Travis.
Él lo sabía, aunque su corazón latiera con fuerza como si quisiera escapar de su pecho.
—¡Sídney, eres cruel! —exclamó Leslie, la voz llena de horror y ansiedad fingida que tanto asqueaba a Sídney—. ¿Cómo puedes apostar con la vida de alguien?
Sídney no lo miró siquiera. La ignorancia deliberada hacia la súplica de Leslie intensificó la tensión en la sala.
Con cada paso que daba, la atmósfera se volvía más opresiva, cargada de una