Dos días después, Sídney llegó al hospital con el corazón latiéndole a mil por hora.
Cada paso que daba hacia la puerta del quirófano le parecía eterno, como si el tiempo se burlara de su ansiedad.
Su hijo, su pequeño Liam, estaba siendo sometido a un trasplante de médula ósea, y ella apenas podía contener el miedo que le oprimía el pecho.
La sala estaba silenciosa, pero para Sídney cada segundo retumbaba en su mente como un tambor incesante.
Finalmente, la puerta se abrió y apareció el doctor, con su expresión serena pero seria.
Sídney corrió hacia él, aferrándose a la esperanza con uñas y dientes.
—Sídney —dijo el doctor con voz calmada—, el trasplante de médula ósea usando el cordón umbilical de la bebé fue un éxito. Ahora solo falta observar cómo reaccionará el pequeño Liam.
Un suspiro escapó de los labios de Sídney, y antes de que pudiera detenerse, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Todo el miedo y la angustia que había sentido durante semanas se transformaron en a