Leslie se echó a llorar.
Las lágrimas le brotaron sin control, humedeciendo su rostro maquillado, dejando surcos de rímel que se deslizaban hasta su cuello.
El sonido de su llanto llenó la habitación, rompiendo el silencio tenso que había quedado después de la discusión.
—¡Soy una mujer tan inútil! —gritó con voz entrecortada—. ¡Déjame, Travis! No mereces tener a una mujer débil.
Su voz temblaba, pero en el fondo, algo en su mirada delataba que no todo en esas lágrimas era real.
Se levantó de golpe, tropezando con la alfombra, y salió corriendo hacia la puerta.
Travis apenas alcanzó a reaccionar. El dolor en su pecho era tan profundo como confuso.
—¡Leslie, espera! —gritó, corriendo tras ella.
Barry, que había sido testigo de la escena, se quedó quieto, en silencio, con los brazos cruzados.
Su expresión era dura, desconfiada.
Algo en aquella mujer no le gustaba. La manera en que sus lágrimas aparecían justo en el momento preciso, como si las invocara y además, aunque su actitud era dul